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Nuevas tecnologías
en el aula.

Guía de supervivencia

Antonio R. Bartolomé (1999)
La isla

“Algunos estaban acurrucados bajo las palmeras, sumidos en la más absoluta desesperación, mirando como hipnotizados el casco destrozado del Frigate Bird. Otros rebuscaban sin sentido entre los desechos arrojados a la playa o se lavaban las heridas en los bajíos.”

 

Así describe Morris West la escena después del naufragio en El navegante. A partir de ese momento el grupo de hombres y mujeres pondrá en marcha la tarea de sobrevivir en una isla a la que nunca llegará un barco para recogerles. Nunca nadie les preguntó si deseaban cambiar sus costumbres y adaptarse a los recursos de la isla. No fueron ellos quienes tomaron la decisión de quedarse allí.

 

Esta escena es muy similar a la que se produce en los centros de enseñanza. Los ordenadores, el vídeo y todas esas prometidas maravillas tecnológicas no entran en la escuela o en el bachillerato por ser o no excelentes instrumentos que ayudan a mejorar la docencia. No entran porque los profesores los deseen o porque sea una buena idea comprarlos. Entran porque están ahí y porque a esos profesores y alumnos les ha tocado vivir en una sociedad tecnológica y audiovisual, en el comienzo del siglo XXI.

 

Al igual que los náufragos de “El navegante”, los profesores de hoy no pueden elegir, no pueden soñar crear un mundo cerrado con sus alumnos, diferente y separado del mundo real exterior. Porque son los propios alumnos los que llevan ese mundo dentro. Una profesora con bastante experiencia comentaba:

- “Sí, nosotros leíamos más, leíamos horas y horas. Pero, ¿qué otra cosa podíamos hacer sino leer o jugar? ¿Teníamos televisión?”

 

Los profesores no pueden creer que la situación hoy es igual a la de años atrás. Algo ha cambiado y puede ser interpretado positiva o negativamente. Un naufragio es el fin de una aventura o el comienzo de una nueva. Y aquí estamos rodeados de cacharros, nos gusten o no, los temamos o no, los odiemos o no.

 

Cuando las autoridades invierten en adquirir equipos para los centros, o cuando los propietarios de centros privados invierten en aparatos, lo hacen empujados por una presión social que no entiende cómo sería posible educar sin tecnología en un mundo tecnológico.

 

Los profesores y las profesoras, tan habituados a explicar desde su autoridad las diferencias entre lo correcto y lo incorrecto, se sienten tentados a valorar este hecho, a juzgarlo, y si, como en muchos casos, el veredicto es negativo también se siente tentados a rechazar el uso de la tecnología. O atribuirle una función residual en el proceso docente. Posiblemente las conclusiones sean correctas en la mayoría de casos, pero el veredicto es tan inútil como la conducta del náufrago que en vez de tratar de sobrevivir en un entorno nuevo e incluso hostil, emplea las horas en mirar hacia el horizonte buscando la vela que le salve.

 

Podría ser maravilloso que el libro de Jerry Manders (“Cuatro buenas razones para eliminar la televisión”) consiguiese la aceptación universal de sus propuestas. Pero no lo veo factible. Y mientras tanto la triste realidad es que el vídeo, y a través de él la televisión, ha entrado en los centros educativos con más pena que gloria.

 

Hace años que los estudios independientes y rigurosos sobre el uso de las tecnologías y concretamente del vídeo y de los ordenadores en el sistema educativo muestran resultados desesperanzadores. El vídeo es quizás donde la situación es más triste: años de trabajo en el proceso de introducción y una tecnología accesible es hoy apenas utilizada para entretener a los alumnos o sustituir carencias de personal en situaciones críticas como cuando llueve o falta un profesor. Pero los ordenadores por ahora no van por mejor camino. A finales de 1997 un estudio sobre usos innovadores de las Nuevas Tecnologías en Europa no fue del agrado de las autoridades que lo habían encargado: la realidad que se mostraba no coincidía con las hermosas descripciones que es posible oír en informes oficiales o en las intervenciones en los Congresos. Y es que cuando se analiza en profundidad el uso de los ordenadores los vemos en muchos casos descontextualizados del resto del currículum, muchas veces al servicio de los aprendizajes más mecánicos, precisamente aquellos que los mismos ordenadores harán inútiles.

 

Hay excepciones que confirman la regla. Pero no están en esos informes tan maravillosos. Las autoridades necesitan justificar sus inversiones. Los profesores necesitan justificar la eficacia de los medios que utilizan. Los alumnos desean divertirse. Como decía una profesora, es un problema de “mondones”.

Los "mondones"

Los “mondones” son, tal como los definía, el conjunto de “mandos” y “botones”. En los hogares los “mondones” están representados por el mando a distancia. ¿Quién posee el mando a distancia? Afortunadamente algunos televisores ya ofrecen dos mandos a distancia pues las guerras familiares pueden llevar incluso a esconder el artefacto que da el poder sobre el contenido y el uso de la “tecnología suprema”: el televisor.

 

Al reflexionar sobre el uso del vídeo y de los ordenadores en Educación también nos encontramos que hay un problema de “mondones”: ¿quién tiene el mando? Veamos algunas situaciones típicas.

 

En mi opinión quienes parecen tener más influencia en los equipos y, de modo indirecto pero muy relacionado, en el modo como se utilizan ordenadores y vídeos en Educación son los vendedores. Vendedores de todo tipo, desde el pequeño comerciante hasta el agente de la poderosa multinacional. Año tras año promocionan maravillas tecnológicas que solucionarán todos los problemas. Tanto que entre ellos y los informáticos han dado pié a un nuevo término: el “vaporware”.

 

A comienzos de 1999 un columnista de una revista informática utilizaba este término para referirse a los anuncios de nuevos productos con características increíbles, anuncios que luego nunca se hacían realidad, desapareciendo como si fuera vapor, literalmente evaporándose. Se trata de un juego de palabras con los términos ingleses que definen a los equipos (hardware, de hard, duro, y ware, artículo para venta) y a los programas (software, donde soft quiere decir blando). Así que los profesores terminan no comprando ni hardware ni software: compran “vaporware”, promesas más que productos, y que, como el vapor, desaparecen.

 

Siguiendo por orden de mayor influencia hay que hablar ahora de los informáticos, término que incluye no sólo a aquellos que tienen una formación reglada en ese campo, sino también a quienes se sienten tales. Algunos ocupan cargos en programas oficiales de introducción de las nuevas tecnologías, en asociaciones profesionales o en centros educativos. Otros trabajan desde centros de formación de ingenieros pero se dedican a la formación de formadores.

 

A veces recaen en sus manos importantes decisiones en relación a la introducción de la tecnología en la enseñanza. Y a veces caen en el defecto de hacer la mala pregunta, la que inquiere por qué equipos o qué programas utilizar: ¿Qué utilizas?. Pero ésta, la mala pregunta, tiene sorprendente una buena respuesta:

- ¿Qué utilizas? ¿Windows, Macintosh, Word, Excel,...?

Y la buena respuesta es:

- Utilizo la cabeza.

 

A veces se está demasiado obsesionado por los aspectos técnicos (que indudablemente hay que conocer) y nos olvidamos de usar simplemente la cabeza.

 

Claro que hay quien piensa que utiliza la cabeza y lo único que hace es elucubrar en el vacío: son esos teóricos que a veces desde las universidades hablan “ex-cátedra” sobre el uso del vídeo y necesitan llamar a un técnico para resolverles un problema tan complejo:

- “Cuando pongo la cinta no se ve nada. ¿Está mal sintonizado el televisor?”

- Bueno, no, pero si rebobina la cinta al principio podrá ver el vídeo sin problemas.

 

Los expertos en Tecnología Educativa no necesitan ser técnicos pero su experiencia del uso del vídeo y de los ordenadores no puede limitarse a lo que leen en algún libro, preferentemente extranjero. Como me decía un colega:

- “Si copias un libro cometes un plagio. Si copias muchos, investigas”.

 

Hay que unir la experiencia directa de la práctica cotidiana con la tecnología a la reflexión crítica y la lectura de las experiencias de otros. Hoy hay tecnología cada vez más amigable, más fácil de utilizar. Esa es la que nos interesa. No nos preocupan los programas más sofisticados, más rápidos, más potentes,... Nos interesa la tecnología más “humana”, con la que nos podemos entender. Quizás conviene dejar de preocuparse tanto por el hardware y software (y por supuesto, el vaporware) y preocuparse por lo que David Williams, un profesor americano, llama el “mushware”. “Mush” quiere decir “pastoso”, y hace referencia al cerebro, recurriendo también a un juego de palabras. Entre “hard” (duro) y “soft” (blando) hay que escoger “mush”, es decir, preferir el cerebro a los equipos (hardware) o programas (software).

 

Pero volvamos a los mondones. ¿Quién debe manejar el mando a distancia en el uso de la tecnología en Educación?. Mi experiencia en el proyecto Grimm me ha mostrado que la respuesta es muy sencilla: los profesores que son conscientes del mundo que les ha tocado vivir y acogen la tecnología sin prejuicios. Hay una descripción preciosa del proceso de introducción de los ordenadores en el aula, hecha por una profesora de Educación Infantil, Tere Olloqui (Cebrián y Ot. 1998. El ordenador en el Aula. Universidad de Málaga). La resumiría en esta frase: “¡Oh, cielos!, un ordenador”.

 

¿Cómo asumir la responsabilidad de organizar el uso del vídeo y los ordenadores? Bueno, como los náufragos del Frigate Bird, poniéndose a trabajar. No hemos escogido la isla ni permanecer en ella. Pero ahí estamos. Y lo primero será recoger información sobre cómo organizarnos la vida. Existen otros libros sobre el uso de la tecnología en Educación. Este tiene un objetivo muy concreto: ayudar a los profesores no especialistas a sobrevivir en la isla (de ahí su título: guía de supervivencia).

Este libro

En este libro no se explica cómo utilizar los equipos. Existen unos libros en ocasiones muy claros que deberían ser lectura obligada: los manuales de instrucciones. Si al principio resultan difíciles de entender no hay que angustiarse: utilizan una terminología propia del medio y es necesario acostumbrarse poco a poco a ella (¡nadie dijo que ser náufrago fuese un oficio fácil!).

 

El contenido del libro no se organiza por medios ni por equipos o programas: se organiza por formas de uso didáctico, aunque los primeros capítulos se centran en aplicaciones educativas del gran desconocido infrautilizado, el vídeo, y los siguientes tratan de aplicaciones relacionadas con los ordenadores. Las aplicaciones relacionadas con Internet aparecen al final.

 

Cada capítulo incluye un texto principal que proporciona una visión global del tema. Y luego incluye también unos recuadros que tratan temas específicos. Al fragmentar la lectura se pretende facilitarla y facilitar el acceso a soluciones concretas. Alternativamente puede ser una forma de complicarle la vida a los náufragos a fin de darle más emoción a la aventura.

 

Cada capítulo tiene dos títulos: el primero más informal y el segundo más “serio”, una concesión a algunos colegas que prefieren los términos complicados a las descripciones intuitivas. De todos modos en ocasiones el texto se puede volver algo complicado de leer, sobre todo en los últimos capítulos: no podía dejar de utilizar la terminología adecuada aún sabiendo que para muchos profesores es aún desconocida. Vale la pena hacer un esfuerzo para leerlos pues hablan de lo más nuevo que será cotidiano en un plazo muy breve.

 

 Los profesores tendemos a buscar “modelos”, a aprender más por “modelización” que por “experimentación”, exactamente al revés que nuestros alumnos que se aburren de los modelos y prefieren experimentar y jugar directamente. Por eso ellos están mejor preparados para sobrevivir en este mundo tecnológico. Este libro recoge las experiencias, las anécdotas, los comentarios y las aportaciones de muchos otros profesores y profesoras, colegas a los que no pretendo hacer responsables en absoluto, pero de los que me siento deudor. Pero no se limita a distribuir recetas de uso: aunque presenta ejemplos, pretende que sean los propios profesores quienes utilicen su imaginación, su “cabeza” más que sus equipos o programas, su “mushware” más que su hardware o su software. Ojalá que esta guía le ayude a sobrevivir en este mundo tecnológico.

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